Augusto M. Torres, cineasta; autor de '2.500 películas de Hollywood' y 40 libros más
Ojalá los gobiernos aprovechen los tristes recortes presupuestarios para dejar de subvencionar doblajes al español y al catalán.
¿No son un medio para preservar nuestras lenguas?
Los gestores del cine y la tele catalanas han copiado de los españoles el nefasto doblaje, que implantó Franco en nuestro cine, siguiendo a Hitler y Mussolini. El doblaje no enriquece nuestras lenguas, al contrario, priva a los actores del derecho a mostrar su oficio con su propia voz.
Por ejemplo.
¡Richard Burton!... Alan Ladd, Victor Mature... ¡Por Dios: todos los actores! Todos merecen que reconozcamos su arte en la voz.
Pero tenemos excelentes dobladores.
No los juzgo. Digo que el doblaje nos priva también a nosotros de disfrutar de la voz de los actores. El doblaje es una mala farsa.
¿Por qué seguimos doblando después de Franco?
Porque el doblaje, como toda práctica monolingüe, fomenta nuestra innata tendencia a la comodidad. Es más cómodo no tener que leer subtítulos. A cambio, nos priva a nosotros y nuestros jóvenes de la posibilidad de aprender lenguas como el inglés. Y además perjudica a nuestro cine. Los subtítulos reforzarían también la ortografía.
Tampoco sobra el refuerzo.
Que dediquen pues los fondos que hoy subvencionan los doblajes al catalán a producir cine catalán en catalán. ¡Eso sí que es invertir en la cultura de un país! Cada céntimo de euro que se invierte en cultura retorna al contribuyente multiplicado por diez: no sólo en dinero, sino en marca y prestigio.
Toda subvención hoy es sospechosa.
Vicky, Cristina, Barcelona, por ejemplo...
Película desigual para muchos.
Curioso: en Barcelona tiene mala crítica, en Madrid menos, pero en Francia, que se apresuró a imitar la fórmula, ya fue buena y en otros países lejanos, excelente.
¿Fue dinero público bien invertido?
Cada céntimo –empezando por los que hicieron que llevara Barcelona en el título– ha retornado a esta ciudad en hoteles, taxis y tasas de todo tipo: la película ha animado a miles de visitantes a venir a Barcelona.
Un buen filme no necesita subvenciones.
¿Ah, no? Pues fíjese en Hollywood: la mayor industria fílmica del planeta es de las más subvencionadas. Goza de un trato fiscal deferente que envidian las demás industrias. Porque Washington es consciente de que su cine abre la puerta a sus exportaciones y propaga su modo de vida, que al ser imitado, venderá sus productos en el futuro.
Con todo lo bueno y lo malo.
El tabaco, por ejemplo, llegó a España de América dos veces: primero con Colón, pero sobre todo con Humphrey Bogart.
Y después también se lo llevó el cine.
América dejó de fumar empezando por su cine y nosotros, después siguiendo a su cine. Recuerdo en el mayor estanco de Madrid tres fotos –una de Bogart– de tres actores americanos fumando: los tres murieron de cáncer de pulmón. Y también fue Hollywood quien nos llevó al piso en propiedad.
Creía que había sido cosa del franquismo.
Vivíamos tan ricamente en alquiler hasta que las películas americanas empezaron a mostrar gente feliz en su casita comprada.
Con garaje, piscina y jardín.
Cuando aquí el rico prefería la casa más grande, pero en el centro del pueblo. Fíjese si EE.UU. tenía claro que llegaría a su imperio por el cine que, tras ocupar Italia en 1943, una de las cláusulas secretas que impuso a Roma fue obligarle a volver a exhibir todas las películas de Hollywood que habían sido prohibidas por Mussolini.
Algunas eran buenas y otras menos.
El cine español no es peor que el de Hollywood. Y el catalán siempre ha sido –como el teatro– más arriesgado estéticamente y más sofisticado y exigente que el madrileño.
Pues hoy está casi todo en Madrid.
La industria del cine madrileña, salvo meritorias excepciones y algunos genios, ha preferido apostar por la ganancia a corto plazo con comedias de vuelo gallináceo: una tradición de torrentes más o menos lucrativos.
Ahora publica usted 2.500 críticas: dígame cinco pelis que hay que ver.
Le diré las seis que hizo Sternberg con Marlene Dietrich, a quien idolatraba hasta el punto de sacar del reparto a cualquier actor que le hiciera sombra. En especial, recomiendo El diablo es una mujer.
Tenían buen rollito esos dos.
Una química infernal, efectivamente, que transmiten en pantalla a quien vea el filme ahora mismo. Otra obra que cambia tu modo de ver el mundo es Anatomía de un asesinato de Otto Preminger.
¿Por qué?
Tras verla no volverá usted a creer tanto en lo que cree haber visto. Magistral. Y le diré otro título para animar a los fracasados...
...Que son los que acaban triunfando.
Ser o no ser de Lubitsch. Fue un sonoro desastre de crítica y público en su estreno y ahora es un éxito para la eternidad.
Desternillante cada vez que la ves.
Nos hace reír sin dejar de hacernos pensar. Para no quedar, en fin, demasiado viejuno le voy a citar a Clint Eastwood.
Tiene razón: Clint siempre es joven.
Recomiendo Sin perdón, porque hoy los espectadores de menor edad menosprecian el western, pero para mí sigue siendo un gran género.
Fuente: Lavanguardia.com
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