9.000 euros. Esa es la cifra que Hernán Migoya ha cobrado por dirigir y escribir Soy un pelele, un filme de 2009 que, pese a haberse estrenado en sólo siete salas, fue uno de los títulos españoles más comentados de aquel año. ¿El motivo? Pues el hecho, denunciado por el propio Migoya, de que Soy un pelele vio la luz con la única intención de obtener subvenciones. Según señaló el cineasta, viejo amigo de polémicas de todo pelaje, ni siquiera el idioma en el que se estrenó su cinta era el auténtico: la película se rodó en castellano, y fue doblada posteriormente al catalán.
Con un presupuesto hinchado (de 570.000 euros, según Migoya, al millón de euros declarado por la productora Iris Star), prácticamente inédita en salas comerciales y concebida únicamente para trincar del dinero público, Soy un pelele funcionaría como un pequeño resumen de todos los vicios y fraudes que, desde diversos frentes, se adjudican al cine español. Sin ánimo de hacer sangre, CINEMANÍA los repasa partiendo de postulados hipotéticos, basados en los supuestos que contempla la vigente orden ministerial sobre las ayudas al cine de octubre de 2009.
Hinchar los presupuestos
Declarar a las instituciones un presupuesto muy por encima del empleado realmente podría ser un medio para forzar a las ayudas complementarias a la amortización, que se adjudican mendiante un sistema de puntos. Simplificando mucho, digamos que si tu película ha costado un mínimo de dos millones de euros (1.500.000 euros si se trata de una coproducción) y se halla dentro de algunos supuestos que le permitan acumular esos puntos (ser un documental o un trabajo de animación, por ejemplo, o tener paridad entre hombres y mujeres en su equipo) optará a un máximo de 1.200.000 euros, más unos posibles 800.000 euros de ayuda automática en base al taquillaje. En lo que a este tipo de fraude se refiere, hablamos de una doble contabilidad de las de toda la vida, pero aún así, en la mayoría de los casos (leerás algunas excepciones más adelante) hace falta un mínimo de 60.000 espectadores durante el primer año y medio para optar a la ayuda más elevada. ¿Cómo puede saltarse esto nuestro productor sin escrúpulos? Sigue leyendo...
Falsificar las cifras de taquilla
El pasado miércoles, el productor y director catalán Salomon Shang volvía al ojo del huracán merced a una denuncia de su colega (sólo en lo profesional) Xavier Catafal. Según una carta enviada al ICAA por este último, Shang y su empresa Producciones Kaplan merecían "el Premio Nacional de Cinematografía" por haber obtenido recaudaciones y públicos dignos de Hollywood con producciones de presupuesto mínimo, rodadas la mayoría en catalán, muchas de género documental y sin apenas distribución ni edición en formato doméstico. El cineasta, que hasta abril regentaba el Cine Casablanca de Barcelona, podría haber defraudado así 1.769.966 euros del erario público adjudicando a sus trabajos espectadores que nunca fueron a verlos. En su texto, Catafal señala otros casos sospechosos como el de Hot Milk (firmada por Ricardo Emilio Bofill), que llegó a la cifra mínima de espectadores pese a una repercusión nula. ¿Es esto cierto? Puede que sí. Otra cosa es que los afectados (el personal obligado a contabilizar las 'entradas fantasma', por ejemplo) quieran o puedan hablar de ello.
Producir debuts de forma interesada
Un productor español tiene un proyecto entre manos, y debe elegir entre dos directores: uno es un profesional veterano, con sensibilidad, ojo comercial y gran experiencia en el oficio, y el otro es un joven que sólo ha rodado cortometrajes y está más verde que el mes de Mayo. ¿A cual escogerá? Si el empresario quiere defraudar, al segundo. Porque, a la hora de recibir ayudas a la amortización, también cuenta la carrera del firmante: una ópera prima o una segunda película recibirán 2 puntos (con un valor de 10.000 euros por punto) para optar a la ayuda complementaria. Además, aspirarán a un máximo de 120 puntos adicionales, dependiendo de su presupuesto, siempre que su coste de producción haya superado los dos millones de euros y haya obtenido un mínimo de 30.000 espectadores (la mitad de los que harían falta si la firmase el director veterano). Para nuestro hipotético productor corrupto, como ya hemos visto, estos dos obstáculos legales serán solventables.
Usar a posta las lenguas cooficiales
Quienes reprochaban a Pa negre las subvenciones recibidas por haber sido rodada en catalán se llevaron un buen chasco cuando, gracias a un baño mediático en forma de Premios Goya, el filme amasó reestrenos y entradas vendidas. Pero en otros casos, como (presuntamente) el de Soy un pelele o el de Salomon Shang, el uso de lenguas cooficiales en una película es un anzuelo más para las subvenciones: un filme rodado en catalán, euskera o gallego también puede optar a esos 120 puntos adicionales para las ayudas de amortización, si ha superado los 30.000 espectadores y un 10% de su público la ha visto en versión original durante su primer año y medio. Eso sí, el mínimo presupuestario para optar a la ayuda máxima se reduce a un millón y medio de euros en lugar de dos millones. Nuestro productor corrupto ya se está frotando las manos.
Estrenar tarde y mal
Las cifras cantan: según datos de la federación de productores FAPAE, en 2010 se rodaron 201 películas españolas, de las cuales sólo se estrenaron 137. ¿Dónde están esos largometrajes que no llegaron a las salas? Muchas de ellos, por supuesto, se mueven entre festivales (cuyos premios también computan para las ayudas de amortización, hasta un máximo de 15 puntos), esperando un lugar para sumarse a ese 27% de cuota de pantalla que, según el mismo informe, ocupó el cine español entre el final del año pasado y el primer trimestre de 2011. Otros esperan uno de esos 'estrenos en falso' que les permitan aspirar al objetivo para el cual fueron financiadas y rodadas: el fraude.
Fuente: Cinemania